EL CAMINO DE LA CRUZ EN EL EVANGELIO DE MARCOS

 JOSÉ LUIS AVENDAÑO, Chile
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3.        Sólo en la decisión de negarse a sí mismo, es posible la acción de cargar con la cruz (34).

a)         Niéguese a sí mismo

De la representación sinóptica del texto de marcos y de Q podemos colegir lo siguiente: sólo Marcos contiene la expresión "B"D<0FVFJT ©"LJÎ< *), sin duda en claro contraste con la intervención antecedente de Pedro, quien lejos de desconocerse a sí mismo para conocer únicamente el camino presentado por Jesús, ha querido más bien conocer solamente lo “suyo”. Por lo demás, tanto en la versión lucana como mateana de Q[67] es posible hallar el logion en su forma más breve y simplificada. Nada aquí se dice acerca del negarse a sí mismo como mandato precedente y habilitador para dar curso al seguimiento, no obstante, el modo programático en el que ambos han insertado el logion, muestra, quizá, con mayor claridad, el modo concreto en el que debe ser comprendido aquel imperativo a la negación continua y propia, aun cuando este aparezca expuesto en su modo perifrástico:

*) Los caracteres griegos son: WP Greek Century. Los de hebreo son: WP Hebrew David - de esta página web: http://members.fortunecity.es/todofuentes1/index/descarga/simbolos/lenguas.htm .

    Mc 8, 34

Mt 10, 38

Lc 14, 27

34 5"Â BD@F6"8,FVµ,<@H JÎ< ÐP8@< F×< J@ÃH µ"20J"ÃH "ÛJ@Ø ,ÉB,4< "ÛJ@ÃHq. J4H 2X8,4 ÏB\FT µ@L 6@8@L2,Ã<, B"D<0FVFJT ©"LJÎ< 6"Â "DVJT JÎ< FJ"LDÎ< "ÛJ@Ø 6"Â 6@8@L2,\JT µ@4.

 

38 6"Â ÓH 8"µ$V<,4 JÎ< FJ"LDÎ< "ÛJ@Ø 6"Â 6@8@L2,Ã @B\FT µ@L, @Û6 §FJ4< µ@L >4@H.

 

27 ÓFJ4H $"FJV.,4 JÎ< FJ"LDÎ< ©"LJ@Ø 6"Â §DP,J"4 ÏB\FT µ@L, *b<"J"4 ,É<"\ µ@L µ"20JZH.

 

 

Por lo tanto, el interrogante tocante a qué podría comportar en el evangelio aquel B"D<0FVFJT ©"LJÎ<, encuentra su solución tanto en el antecedente conferido por Q como, en la misma directriz de esta, en el propio paralelo que Marcos ofrece más adelante y en el contexto del diálogo con el hombre rico y el tercer anuncio de la pasión:

Os lo aseguro: No hay ninguno que no haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierra, por mí y por el evangelio, que no reciba en este tiempo cien veces más –casas y hermanos y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura vida terna (Mc 10, 29-30). 

Aquel que eleva su devoción y fidelidad con los lazos naturales a un rango de mayor prioridad, entendida ésta como lealtad última, que el del seguimiento incondicional, éste tal queda inhabilitado para comenzar su tránsito por el camino del seguimiento. Mientras aquellos lazos naturales se interpongan entre aquel que ha asido llamado y el camino de la cruz al que invita recorrer el que llama, ese tal dice Jesús, según el texto de Mateo 10, 37: @Û6 §FJ4< µ@L V>4@H, sustituyendo la forma: *b<"J"4 ,É<"\ µ@L µ"20JZH de Lucas 14, 27. En Marcos, el negarse así mismo no es sólo el desconocerse propio del discípulo, puesto que esto podría ser confundido9 con un fenómeno de orden extático que acontezca extra nos, es decir, fuera de la conciencia propia del individuo y, por lo tanto, resultar más bien en un ejercicio enajenador, como tampoco, por el contrario, podría constituir el exacto equivalente de la autodisciplina como programa de vida en cierta concordancia con el ideario estoico, pues aquí también podría incubarse el germen de una autodisciplina que guarda paras í el honor del propio mérito y esfuerzo, sino que este llamado a la autonegación exige tanto la negación de la persona en cuanto persona misma, cuanto el propio aborrecimiento en tanto que el “a sí mismo” se interpone entre e individuo, el llamado al seguimiento y la cruz. Ninguno que pretenda conservar todavía, luego del llamado de Jesús, cierta esfera de autopotestad en su vida, un espacio inexpugnable de reino sobre el cual pueda todavía disponer y gobernar, queda habilitado para el seguimiento. Quien se niega a sí mismo no tan sólo desconoce el derecho a preservar su soberanía personal, sino que tal soberanía y potestad le ha sido asignada, conferida, ofrendada a aquel que le ha llamado, de forma tal que ya no se pertenece a sí mismo sino a aquel que le llamó. De modo entonces que tal pertenencia al que nos ha llamado, resulta ser nuestro más seguro consuelo tanto en la vida como en la muerte, tal como bellamente se de declara en la lección del primer domingo que nos ofrece el Catecismo de Heildelberg: “¿Cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte?: Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo, sino a mi fiel salvador Jesucristo”. Sin embargo, el imperativo a negarse así mismo no queda todo resuelto tampoco en la solución de desconocerse a sí mismo, es necesario también desconocer (según Lucas, “odiar”), toda dependencia con los datos naturales que mediatice la decisión última y definitiva al seguimiento, pues esta nueva existencia a la que ha pasado ahora el discípulo no admite concesiones ni temporizaciones con aquello que se interponga y desvirtúe el camino del discipulado, incluso con aquello que pareciera razonablemente constituir la base toda en la que descansa la responsabilizad cristiana de la vida y la convivencia entre las personas: padre, casa, trabajo, familia, etc. No es apto, por tanto, para el reino de Dios aquel que primero desea enterrar a su padre y sólo después de realizada tal acción a aceptar el llamado al seguimiento, tampoco aquel que cree que debe antes regresar a su casa para despedirse de su familia, pues ninguno que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios (Lc 9, 57ss Q), de modo que aquí sólo existe la posibilidad de recoger o bien desparramar, de estar a favor de aquel que llama al seguimiento o bien de estar en su contra (Mt 12, 30).

Pues bien, no podemos seguir adelante sin antes preguntarnos con total seriedad lo siguiente: tal extrema radicalidad a la que compromete  el llamado de Jesús y que, como hemos visto, en virtud de esta nueva existencia a la que sitúa ahora al discípulo, desafía a éste al rompimiento con los lazos más fundamentales de la vida humana, traducido todo aquello en el desarraigo de familia, de domicilio, de propiedad, ¿ha podido tener realmente algún margen de operatividad y cumplimiento en el marco de una colectividad concreta, de hombres y mujeres que efectivamente hayan ejercido una renuncia total a la seguridad de su stabilitas loci para seguir e pos de Jesús y adoptar este nuevo orden de vida que según los evangelios se conoce como seguimiento? En otras palabras y de un modo más sencillo: ¿Ha existido alguien, alguna vez, que haya asumido para sí toda la fuerza y la literalidad de aquel “niéguese a sí mismo”, como componente indisoluble del verdadero seguimiento, sin mediaciones de ningún orden que desvigoricen la radicalidad de su exigencia? La respuesta es sí, efectivamente, y tal concreción al límite de la renunciación más absoluta, no sólo al egoísmo interior, no sólo al dar curso a aquellas apetencias y motivaciones reñidas con la ética del amor y la pureza del espíritu, sino a la seguridad de la misma vida, debe hallarse en aquel carismático* judío Jesús y, a pesar de todo sus yerros y vacilaciones, en su pequeño grupo de seguidores galileos itinerantes como él, sus discípulos. La explicación sociológica, si se quiere, del porqué sería precisamente en dicho contexto marginal y carismático que ofrece el movimiento Jesús, que tal radicalidad del seguimiento hallaría pleno cumplimiento, queda explicitado en las palabras de Gerd Theissen:

Sólo aquel que está liberado de las ataduras cotidianas del mundo, que ha abandonado casa y hogar mujer e hijos, que deja a los muertos enterrar a sus muertos y tomas por su modelo a los pájaros y a los lirios, sólo ese puede practicar como obligación la denuncia al domicilio, familia, posesiones, al derecho y a la defensa. Sólo en ese contexto pueden ser transmitidas las instrucciones éticas correspondientes conservando su credibilidad. Únicamente al margen de la sociedad tiene posibilidad ese ethos, sólo ahí tiene un “Sitz im Leben”, más exactamente: no tiene ningún Sitz im Leben, sino que, al margen de la vida normal, tiene que llevar una existencia totalmente cuestionable vista desde fuera. Sólo ahí las palabras de Jesús estaban protegidas contra la alegorización, las reinterpretaciones, atenuaciones o suplantaciones, por una razón sencilla: porque se las tomaba en serio y se las practicaba. Únicamente carismáticos vagabundos podían hacer tal cosa[68]. *Vea una cita de de las correspondencias entre el autor y el editor.
 

b)         Tome su cruz

Debemos estimar como un hecho absolutamente cierto que en las palabras de Jesús en 8, 34, en orden a “cargar con la cruz”, no se halla contenido la expresión de una figura metafórica orientada únicamente a subrayar la obligación que le asiste al discípulo de tomar sobre sí el yugo del nuevo rumbo de vida al que invita la enseñanza y el mensaje del Maestro, pues, de este modo, la radicalidad concreta de la expresión quedaría seriamente mitigada por el compromiso idealista a asumir exclusivamente un modelo de vida que, en virtud de su destacado contenido ético-docente, contendría una finalidad ya en sí misma como camino superior y aventajado. Muy por el contrario, quisiéramos advertir en estas palabras de Jesús, por un lado, la autocomprensión cada vez más concreta de que el curso de su camino, de acuerdo al particular modo en que se ha desenvuelto su actividad, junto además con la creciente hostilidad a su mensaje y a su persona suscitada por parte de los dirigentes religiosos del pueblo, puede venir a dar perfectamente y cuanto más se avecina el final destino de Jerusalén, en un ciertísimo final violento, incluyendo su misma muerte y, como consecuencia indisoluble de todo aquello, la persecución de los discípulos, sin exclusión tampoco de la eventualidad de su propia muerte. Vale aquí, entonces, aquello de que los mandatos son radicales, sólo allí cuando las condiciones de vida también radicalizan los compromisos[69].

Se ha llamado la a6tención de que la expresión “cargar con la cruz” no encuentra paralelo alguno entre la literatura rabínica, ni como dicho proverbial ni como metáfora de los sufrimientos y pesares que debe aceptar sobrellevar una persona. Por otra parte, aun cuando el horrible espectáculo de la muerte en cruz había sido una práctica ciertamente extendida en todos los territorios de ocupación romana y todo sentenciado a esta espantosa muerte debía cargar él solo con el patibulum sobre sus hombros y a vistas de toda una multitud que le infamaba y le increpaba “con el sentimiento de haber sido expulsado de la comunidad, de hallarse sin defensa, y ser objeto del desprecio general”[70], hasta el final lugar dispuesto para su ejecución, es posible, no obstante, llegar a suponer que la increíble aberración y repugnancia de esta muerte de cruz, hiriera tan sensiblemente las conciencias religiosas de la época que ni aun fuera prudente referirse siquiera a ella como refrán. Llevar sobre sí la cruz significa, en consecuencia, si no queremos atenuar injustificadamente la fuerza natural de la expresión del evangelio, que el discípulo al momento de aceptar emprender la ruta del seguimiento, queda comprometido a la misma condición de desamparo, hostilidad y eventual posibilidad de muerte que su Maestro.

En esta extrema condición a la que sitúa y compromete el camino del seguimiento, que se descubre la absoluta vigencia e interés que revierte para la comunidad del evangelista seguir tras Jesús a través de la realidad ineludible de la cruz. No se trata aquí de la aceptación de máximas atemporales de validez universal, sino de una realidad claramente concreta que compromete el destino todo de la joven comunidad marquiana[71]. El hecho “simplemente dado”, es que la joven comunidad legitima su existencia cristiana como tal, a partir de la asociación y del seguimiento incondicional con aquel que ha sido sentenciado poco tiempo antes a morir bajo la pena reservada exclusivamente, según la autoridad romana, para aquellos individuos que representan mayor peligro de alterar la Pax romana y poner en situación de riesgo el orden establecido, es decir, la muerte de cruz. Por lo tanto, toda vez que frente a estas palabras de Jesús: J4H 2X8,4 ÏB\FT µ@L "6@8@L2,Ã<, B"D<0FVFJT ©"LJÎ< 6"Â DVJT JÎ< FJ"LDÎ< "ÛJ@Ø 6"Â 6@8@L2,\JT µ@4 (8, 34), los discípulos de Jesús (Sitz im leben Jesu), y con ellos la comunidad (Sitz im Leben Markus), toman posición visible respecto a este llamamiento por medio del seguimiento incondicional, ambos, discípulos y comunidad, en virtud de tal vínculo de pertenencia y continuidad con el galileo, ora camino a Jerusalén (carismático itinerantes) ora ajusticiado ya en Jerusalén (comunidad local establecida), se hacen altamente acreedores por parte de la autoridad, como una eventualidad que transcurre y se presenta efectivamente concreta, de participar del mismo destino violento que, ora le ha de sobrevenir ora ya le sobrevino a su Maestro, la cruz. Y, sin embargo, esta afirmación debe ser comprendida bajo el absoluto convencimiento de que:

ÔH (D ¦< 2X8® J¬< RLP¬< "ÛJ@Ø FäF"4 B@8XF,4 "ÛJ¬<q ÔH *z < B@8XF,4 J¬< RLP¬< "ÛJ@Ø ª<,6,< ¦µ 6" J@Ø ,Û"((,8\@L FfF,4 "ÛJZ<. (35)

Por ello, la misma dialéctica que encontramos ya en el anuncio de la pasión: “muerte-resurrección” (B@6J"<2­<"4-<"FJ­<"4), vuelve a aparecer aquí, en los costos del seguimiento: “perder-vivir” (B@8XF,4-FfF,4). Y es que, la participación en la muerte de Jesús, es también la participación en su resurrección, el perder la vida por el evangelio es ganarla[72]. Y entonces, uno puede preguntarse: si el evangelio de Marcos, según es aquí nuestra propuesta, debe ser comprendido como un gran llamado a la esperanza y a la resistencia, ¿por qué entonces el marco configurador de todos sus relatos lo constituye la historia de la pasión, el llamado al seguimiento bajo el ineludible paso por la cruz? Dicho de otro modo, ¿por qué la fuerza matriz de este llamado a la esperanza se afirma y se recrea no en una teología de la gloria, no en un sublimar el sufrimiento y la exigencia de la hora en algún éxtasis fuera de la dimensión histórica, como el estoicismo, o renunciando a ella, como en os movimientos apocalípticos, sino precisamente, ¡paradojalmente!, en la historia concreta de aquel carismático* galileo, sentenciado a muerte por el Imperio bajo el cargo de alborotador y zelote, en otras palabras, es una teología de la cruz? ¿Cómo podría la terrible figura de la cruz constituirse en fuente de resistencia y esperanza?

Pues bien, si atendemos al hecho de que en el segundo evangelio, tanto la historia de la pasión como el apocalipsis del capítulo 13, han actuado, ambos, como grandes unidades temáticas en torno de las cuales se han unido y cohesionado las tradiciones más pequeñas, se debe reconocer en estas dos grandes unidades una clara conexión interna que para Marcos creemos ha llegado a ser fundamental en la composición de su evangelio. Ahora bien, de acuerdo a la fecha de composición del evangelio, la que hemos querido fijar entre los albores mismos del inicio de la guerra judía hasta su más inmediato fin, se verá que estos dos acontecimientos, aunque distantes en el tiempo, uno pasado, la historia de la pasión, otro, de plena actualidad para el evangelista y su comunidad, la guerra judía, a la luz de cuyos acontecimientos ha sido elaborado el apocalipsis sinóptico, están ligados por similares características de necesidad y contenido. En la pasión de Jesús y en su cruz, reside la expresión del más grande abandono a la exigencia divina y la confirmación más contundente en el camino del seguimiento, entre tanto que para os discípulos, el momento en que su fe será puesta radicalmente a prueba, presentándose ante ellos la opción de  desistir del camino del seguimiento o proseguir en él. Finalmente, la cruz de Jesús se ha convertido en el acontecimiento a través del cual se ha manifestado concretamente el incontenible amor de Dios. Es esta cruz de Jesús, a la luz de su resurrección, la que ha sostenido la fe de los discípulos y les ha confirmado en medio de la adversidad y del temor en la ruta del seguimiento. Ahora, en la comunidad actual del evangelista Marcos, los acontecimientos relacionados con la guerra judía vuelven a poner, otra vez, radicalmente a prueba la fe de la comunidad, la perseverancia de los nuevos discípulos e el camino del seguimiento. A ellos se les invita a la sazón a llevar su propia cruz, que es también la cruz de su Maestro. Estos se enfrentan ahora a su propia pasión, y necesitan ser confirmados al igual que los primeros discípulos del Jesús histórico en la fe, confrontados a no desistir del camino del seguimiento, para ello el mismo Jesús, presente ahora en medio de ellos como evangelio proclamado, les anima a resistir y les acompaña en el camino de su propia pasión. Tal como Jesús ha salido victorioso de su propia pasión, por cuanto ha puesto su vida en manos de Dios, para así recuperarla, ellos no deben rechazar ahora el camino de la cruz, sino abandonarse a la absoluta exigencia divina, pues sólo así conservarán su vida.

De este modo, en Marcos el camino del seguimiento y la pasión de Jesús a la luz de los acontecimientos de la guerra judía del capítulo 13, eventos de plena actualidad para la comunidad del evangelista, se transforma para Marcos en guía y paradigma de la propia pasión actual de su comunidad. No puede extrañarnos, entonces, conforme los acontecimientos de la guerra son experimentados por el evangelista y su comunidad como un peligro y amenaza de plena actualidad, que para Marcos la parusía adquiera un carácter claramente inminente, sobre todo en aquellos pasajes relacionados con las adversidades y aflicciones del discípulo en el camino del seguimiento (Mc 9, 13; 13, 24ss), y creo que es aquí donde podemos observar una de las mayores contribuciones del grupo de carismáticos* todavía presentes en la comunidad de Marcos: en el sufrimiento y en la persecución la espera de la inminente parusía se vuelve más urgente y concreta. Distinta es la situación  para el primer evangelio, en cuyo los peligros inmediatos de la guerra parecen ser observados ya con una cierta perspectiva de tiempo. Así, en el evangelio de Mateo ya comienza a ser introducida la idea de una cierta dilatación del tiempo. El énfasis que para Marcos ha recaído particularmente en la parusía inminente, en Mateo, entre tanto, queda reemplazado, aún sin quedar totalmente excluido, por el mandato a la “gran comisión” delegada a la Iglesia (Mt 28, 19s), misión que sólo puede ser realizada, en efecto, si el tiempo del fin ha sido extendido y la parusía ya no es comprendida como un evento de inminente cumplimiento temporal. Esto se hará mucho más evidente para el caso del evangelio de Lucas, en el que el retraso de la parusía y su dilatación en el tiempo han sido comprendidos como un lapsus por medio del cual ha comenzado a operar la historia de la salvación. En Marcos, por el contrario, la misión no puede ser comprendida como una tarea autónoma, sino como desarrollándose a través del llamado al seguimiento que el Jesús resucitado, pero presente ahora en el evangelio, extiende a todos los hombres y mujeres- En tal sentido, la idea de una parusía inminente no queda suprimida, sino más bien hace más urgente este llamado a la conversión y al seguimiento.

[67]Y esto, precisamente, si convenimos en reconocer que en Q se halla la mayor concentración de aquellas tradiciones atribuidas a los grupos carismáticos* itinerantes.

[68]Radicalismo itinerante, 20. 

[69]La clara viveza y tensión con que emplaza el texto de Marcos a sus electores en función de un cuadro de martirio ciertamente inminente, se hace mucho más elocuente en atención al paralelo de Lucas y su inclusión de aquel: DVJT JÎ< FJ"LDÎ< 6"2z ºµXD"< (9, 23), en el que la acción de “cargar con la cruz” ya presenta, en cambio, un claro sentido parenético que compromete al discípulo a la decisión y posibilidad de vivir y proseguir bajo su guía cada día.

[70]J. Jeremias, Teología, 282.

[71]Así, J. Jeremias, Teología, 283s, menciona para la comunidad como inmediatas consecuencias a la que le ha situado la realidad de la cruz, además de la posibilidad de la muerte concreta, también la hostilidad y denuncia de que son objeto de parte de sus propios familiares (Mc 13, 12 par), junto con la seducción de los falsos profetas (Mc 13, 21-23).

[72]Es cierto que participar de la muerte de Jesús, tal como ha sido señalado por W. Pannenberg, La Resurrección de Jesús y el futuro del hombre, en, Jesucristo en la Historia y en la Fe, Sígueme, Salamanca, 1978, 347, comporta como principio fundamental la idea de aceptar su servicio en vistas a la llamada del reino de Dios y dejarse penetrar así en la propia vida por aquel amor de Dios al mundo, lo que en el pensamiento de Pablo se transfiere también en la concreta acción de morir a la carne y al pecado a la luz de esa nueva vida conseguida en la participación con y en la muerte de Jesús (Rom 6; Gal 2, 20). No obstante, tales consecuencias teológicas derivadas todas ellas de la participación de los creyentes en la muerte de Jesús, proceden de una ulterior reflexión y elaboración paulina válida y necesaria que se hace cargo de los beneficios y de las exigencias directamente de esa misma muerte en el contexto de la propia vida comunitaria, pero, que sin embargo, no puede desconocer, incluso para la realidad de aquellas mismas consecuencias, que aquel ponerse al servicio en función de la llamada del reino, situado precisamente a la luz del impacto contextual del mensaje de Jesús y de su comportamiento, como palabra y acción que desafía a los poderes hostiles de este mundo y que sólo consiguen deshumanizar a los hombres en su afán de reclamar para sí su propia adoración, resulta ser un proclamar y un actuar expuesto incluso a la ofrenda de su propia vida por esta denuncia y la proclamación de esta salvación, de la cual también participa el discípulo y no solamente en su acepción interior. No resultaría, entonces, tan carente de sentido entender en este tenor el texto de Mt 11, 12, precisamente como un estar dispuesto a la propia muerte en este arrebatar con el reino de los cielos.